El cine Cervantes abrió sus puertas en 1873, no como cine, sino como teatro. En los años cincuenta se convirtió en un cine, pero conservó toda la belleza del antiguo teatro, con su enorme lámpara de araña, sus palcos e incluso su telón de terciopelo rojo, que hoy continúan en el cine.

Algo que me gusta mucho cuando paseo por la Gran Vía de Madrid, es ver esos enormes carteles pintados a mano que anuncian las películas que se proyectan en los cines. Es algo que ya casi no se ve por ningún lado, pero que recuerdo que era muy común ver en Sevilla cuando era pequeña.
Me gusta pasar de noche por la puerta del Cine Cervantes y ver su gran cartel luminoso anunciando la película. Me gusta el olor a teatro antiguo que desprende su sala. Me gusta como el acomodador te indica por la puerta por la que tienes que acceder y me gusta el bar donde se compran las chocolatinas.

¿Acaso todo esto no forma parte del bonito ritual de ir al cine? ¿De verdad preferimos a las antipáticas (especialmente una rubia) taquilleras del Nervión Plaza, los kilos de palomitas y el coche en el parking? (bueno, esto último sí que es una ventaja).
Sólo espero que este cine no termine desapareciendo como los demás, que la gente siga haciendo cola en su taquilla exterior y mirando hacia arriba para comentar el increíble tamaño de la lámpara de araña.
En DolceCity Sevilla: Cine Cervantes