
¿Y cuál es la novedad de esas pizzas argentinas que hace que Picsa está abarrotado día sí, día también? Pues su masa gordita y esponjosa, mayormente. Yo siempre he sido más de este tipo de masa, me gusta tener un buen respaldo para los ingredientes; nunca le he encontrado la gracia a las masas finas y extrafinas, ¿acaso estamos comiendo aquí Doritos con cosas encima? Entiendo que hay gente a la que se le hace pesada la masa, pero yo necesito una buena base para sostener todo ese entramado delicioso.

Tienen ocho tipos de pizza y su tamaño no es ni mucho menos excesivo (para que hagáis una idea, pelín más pequeñas que una mediana del Domino’s Pizza). Son algo “exóticas”: de chorizo criollo y grelos, de queso azul y setas, calabresa, de pimientos morrones y rúcula, etc.

El sitio es blanco como las sábanas de un predicador, entra mucha luz por sus grandes cristaleras, y cuenta con una gran barra presidiendo la sala, un poco (un mucho) para dejarte clara la política del local: aquí se viene a comer al vuelo. Sentado en esas sillas altas azulitas, como del Celta de Vigo. El trasiego es continuo, hay verdaderas tortas por pillar mesa (hay pocas y además no aceptan reservas), así que no planees una comida de tres cuartos de hora. Eso sí, el café lo hacen los chicos de Toma Café (que también sirven a The Passenger), así que es una apuesta totalmente segura. La cerveza, por cierto, es de La Virgen.
Picsa es un restaurante de los responsables de Chifa y Sudestada, dos asiáticos con fama de ser de lo mejorcito de la ciudad, así que habrá que ver cómo se les da lo de las pizzas argentinas.
Fotos: Picsa
En DolceCity Madrid: Picsa