
A finales de dos mil nueve todos los que atravesemos la glorieta de Plaza Castilla, ya sea a pie, en autobús o en coche, veremos una pieza central en forma de mástil vertical cilíndrico de acero, de dos metros de diámetro y noventa y tres de alto. Un mastodonte metálico que estará anclado a un trípode también de acero que sostendrá el monumento salvando el túnel de tráfico que pasa por debajo de la zona.
Al mástil cilíndrico del que te hablo van fijadas exteriormente cuatrocientas sesenta y dos piezas basculantes de bronce dorado de 7,70 metros de alto cada una, una especie de costillas agrupadas en once tramos enlazados en los extremos superior e inferior. Llevan unos mecanismos especiales que las dotan de un suave movimiento que al verse simula una onda ascendente a lo largo del fuste. Una vez inaugurado, todo el conjunto quedará iluminado desde la base y a lo largo de todo el perímetro exterior dando a la plaza el resplandor que le falta.
Se le verá entre torre y torre, dorado como el sólo, gigante y brillante. Que queréis que os diga, a mi me gusta. Paso todos los días por la Plaza Castilla y por más que miro no encuentro nada que me haga el paseo más agradable, a excepción de la brillante estrella que unas navidades brilló entre las Torres Kio, nada es bonito en este inhóspito paraje de depósitos de agua, juzgados marginales y huracanados vientos del norte. Viva Calatrava, el valenciano no nos ha traído una de sus famosas peinetas, desde aquí quiero agradecérselo personalmente, nos ha dado muestra de su colosal arte con creces.
Obelisco de Calatrava
A partir de noviembre de 2009
Fundación Caja Madrid
Plaza Castilla