
Una apuesta valiente, pues, la del chef Vidal Gravalosa de situarse en un barrio periférico pero una alegría para los vecinos de la zona, quienes parecen valorarlo pues el sábado al mediodía estaba completo –la reserva se impone-. El comedor es pequeño, para unos 20 comensales, y es de agradecer que no se quiera aprovechar el espacio al máximo y ganar en capacidad porque la separación entre mesas es óptima y permite concentrarte en la compañía y la comida. De hecho, todo el restaurante está cuidado al detalle como demuestra la calidad de mantelería y cristalería, por ejemplo, así como la carta, no demasiado larga pero convincente, en coherencia con un proyecto pequeño y personal perpetrado casi en exclusiva por Vidal, quien nos atendió el sábado.

De primero, optamos por compartir una de las ensaladas como entrante y unas almejas a la marinera fuera de carta que resultaron deliciosas. El producto era bueno pero lo que realmente nos sorprendió fue la salsa, fina, sabrosa y, lo mejor, abundante, ideal para relamerse untando el pan de Baluard que acompaña la cocina de Vidal. De segundo, también elegimos un plato fuera de carta: arroz con gambas de Palamós (en carta presenta la versión con espardeñas), que demostró el mismo buen nivel con unas gambas suculentas que servían de contrapunto al arroz, con un fumet algo fuerte aunque de buen sabor. No tuvimos sitio para el postre, pero sí para un café riquísimo que sirvió de punto final a una experiencia muy satisfactoria que sitúa La Forquilla como uno de los sitios a los que acudir si estás por el Poblenou.
En DolceCity Barcelona: La Forquilla